Dos niños de ocho años, en Maine, un estado rural estadounidense, se hicieron famosos por vestir trajes para ir a la escuela los miércoles. Pronto, los «Miércoles elegantes» se volvieron días especiales cuando compañeros de clase y personal de la escuela hicieron lo mismo. James, quien lanzó la idea, dijo: «Hacía que mi corazón se sintiera realmente bien». Su vestimenta destacaba con orgullo a los niños en su escuela.
Nuestra vestimenta espiritual, que nos destaca como propiedad de Dios, también alegra nuestro corazón. Isaías dijo: «mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas» (Isaías 61:10).
En el exilio, la vestimenta de los israelitas, tanto espiritual como material, estaba raída y gastada. Entonces, Isaías les brindó una promesa esperanzadora: el Espíritu de Dios «les [daría] gloria en lugar de ceniza, […] manto de alegría en lugar del espíritu angustiado» (v. 3).
La misma promesa descansa en el pueblo de Dios hoy. Jesús dijo que su Espíritu los «[investiría] de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). Nos provee de un armario de «misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia» (Colosenses 3:12). Vestidos por Él, reflejamos su amor.