En 1960, Otto Preminger generó controversia con su película Éxodo. Basada en la novela de Leon Uris, brinda un relato ficticio de la emigración de refugiados judíos a Palestina después de la Segunda Guerra Mundial. El filme termina con los cuerpos de una joven judío-europea y un hombre árabe, ambos asesinados, sepultados en la misma tumba en lo que pronto sería la nación de Israel.

Preminger deja la conclusión librada a nosotros. ¿Es una metáfora de la desesperación o un símbolo de esperanza, donde dos personas con una historia de odio y hostilidades terminan juntas, en la vida y en la muerte?

Quizá los hijos de Coré, que escribieron el Salmo 87, adoptarían la última perspectiva, ya que anticipaban una paz que aún aguardamos. Sobre Jerusalén, escribieron: «Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios» (v. 3). Cantaron sobre un día en que las naciones —que históricamente guerrearon contra el pueblo judío— se unirían para reconocer al único Dios verdadero (v. 4). Todos serían atraídos hacia Jerusalén y a Dios.

El salmo concluye con una celebración. Los habitantes de Jerusalén cantarán: «Todas mis fuentes están en ti» (v. 7). ¿De quién cantan? De Aquel que es el agua viva, la fuente de toda vida (Juan 4:14): Jesús, el único que puede traer paz y unidad duraderas.

De: Tim Gustafson