Cuando era nueva en mi fe en Jesús, tomé mi Biblia devocional y leí un versículo conocido: «Pedid, y se os dará» (Mateo 7:7). El comentario explicaba que lo que realmente debemos pedirle a Dios es que nuestra voluntad coincida con la suya. Al buscar que su voluntad se cumpla, estaríamos seguros de recibir nuestra petición. Era un concepto nuevo para mí, y oré para que la voluntad de Dios se hiciera en mi vida.
Ese mismo día, una nueva oportunidad de trabajo me entusiasmó de manera sorprendente. Ya la había descartado de mi mente, pero recordé mi oración. Quizá era parte de la voluntad de Dios. Seguí orando y, finalmente, acepté el trabajo.
En un momento más profundo y eternalmente significativo, Jesús nos ejemplificó esto. Antes de su traición y arresto, que llevó a su crucifixión, oró: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). Su oración estaba llena de angustia y agonía (v. 44), pero aun así, oró «intensamente» que se hiciera la voluntad de Dios.
La voluntad de Dios se ha vuelto mi oración suprema. Quizá puedo desear cosas que ni siquiera sabía que quería o necesitaba. Aquel trabajo se convirtió en el comienzo de mi travesía en publicaciones cristianas. Al mirar atrás, creo que la voluntad de Dios se hizo.