Mientras crecían juntos en Asia Central, Baheer y Medet eran íntimos amigos. Pero, cuando Baheer creyó en Jesús, todo cambió. Medet lo denunció a las autoridades gubernamentales, y Baheer fue terriblemente torturado. El guardia gruñó: «Esta boca nunca volverá a pronunciar el nombre de Jesús». Aunque sangraba muchísimo, Baheer alcanzó a decir que podrían impedirle hablar de Cristo, pero que nunca podrían cambiar lo que Él había hecho en su corazón.
Esas palabras quedaron en Medet. Meses después, tras una enfermedad y una pérdida, fue a ver a Baheer, que había sido liberado de la cárcel. Dejando de lado su orgullo, le pidió a su amigo que le presentara a su Jesús.
Medet actuó bajo la convicción del Espíritu, tal como «se compungieron de corazón» aquellos que se reunieron alrededor de Pedro en la fiesta de Pentecostés, y oyeron su testimonio sobre Cristo y presenciaron el derramamiento de la gracia de Dios (Hechos 2:37). Pedro llamó a las personas a arrepentirse y bautizarse en el nombre de Jesús; unas 3.000 lo hicieron. Tal como ellas dejaron atrás sus antiguas formas de vivir, así también Medet se arrepintió y siguió al Salvador.
El regalo de la nueva vida en Jesús está a disposición de todos los que creen en Él. No importa lo que hayamos hecho, podemos disfrutar del perdón de nuestros pecados.