Después de la Última Cena, el Señor Jesús dedicó un tiempo para enseñarles a los discípulos más acerca de su misión y lo que sucedería después de que partiera. Sabía que se acercaban sus momentos más oscuros. Por eso, en el pasaje de hoy, les prometió un Ayudador que los acompañaría en las aflicciones venideras.
A menudo enfrentamos la vida con estoicismo, confiando en nuestras propias capacidades para salir adelante. Sin embargo, elegir seguir al Señor implica una mentalidad muy diferente: somos más débiles de lo que imaginamos, pero por medio del Espíritu Santo, somos más fuertes de lo que esperamos.
Ya sea que nuestra lucha sea espiritual, emocional o física, podemos confiar en el Espíritu Santo para que nos ayude. Pablo nos muestra cómo es esto. El apóstol oró para que el Señor quitara lo que él llamaba un “aguijón en su carne”. En cambio, Dios dijo que su poder sería “perfeccionado en la debilidad” (2 Co 12.9).
Muchos cristianos operan bajo la idea errónea de que Dios nos ayuda solo cuando hemos llegado a nuestro límite. En realidad, su Espíritu no se suma a nuestra fuerza; más bien, ¡Él es la fuente inagotable de ella! Cuando reconocemos que somos impotentes para ayudarnos a nosotros mismos, el Espíritu Santo nos da la fuerza que necesitamos para enfrentar cualquier desafío con fe.
Biblia en un año: EZEQUIEL 37-39