Cuando las luces se apagaron en las calles de Highland Park, en Michigan, se despertó la pasión por otra fuente de luz: el sol. La ciudad no tenía fondos para pagarle a la compañía de electricidad, y esta apagó las luces y retiró 1.400 lámparas de los postes. Eso dejó a los residentes en peligro y oscuridad. Los periodistas reportaban que los niños corrían peligro cuando iban caminando a la escuela.

Todo cambió cuando se formó un grupo sin fines de lucro para instalar en la calles luces alimentadas con energía solar. El trabajo conjunto de esa organización humanitaria le ahorró dinero a la ciudad y aseguró una fuente de luz que suplía las necesidades de los residentes.

En nuestra vida en Cristo, nuestra fuente confiable de luz es Jesús mismo, el Hijo de Dios. Como escribe el apóstol Juan: «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Juan 1:5). Y señaló: «si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (v. 7).

Jesús mismo declaró: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). Con la guía del Espíritu Santo de Dios, nunca caminaremos en la oscuridad. Su luz siempre resplandece.

De: Patricia Raybon