Entre las montañas de Sedona, Arizona, se levanta la pequeña Capilla de la Santa Cruz. Al entrar, me atrajo de inmediato una escultura inusual de Jesús en la cruz. En vez de una cruz tradicional, se lo muestra crucificado sobre ramas de árbol en dos direcciones. Las ramas horizontales representan las tribus de Israel, en el Antiguo Testamento, que rechazaron a Dios. Las verticales se elevan y simbolizan la floreciente tribu de Judá y el linaje del rey David.
La obra artística simbólicamente significativa apunta a una profecía importante del Antiguo Testamento. Aunque la tribu de Judá vivía en el exilio, el profeta Jeremías dio un mensaje esperanzador de parte de Dios: «yo confirmaré las buenas promesas que he hecho» (Jeremías 33:14 RVC) de proveer un Rescatador que haría «juicio y justicia en la tierra» (v. 15). Una manera en la que el pueblo conocería su identidad sería que brotaría del linaje de David, lo que alude a un descendiente físico del rey.
La escultura capta de manera talentosa la importante verdad de que, en los detalles del linaje de Jesús, Dios cumplió fielmente todo lo prometido. Además, es un recordatorio de que su fidelidad en el pasado nos asegura que será fiel para cumplir en el futuro lo que nos ha prometido.
De: Lisa M. Samra