¿Alguna vez ha escuchado a alguien decir que Cristo no es Dios? Tal afirmación muestra un pobre entendimiento de las Sagradas Escrituras. En repetidas ocasiones, el Señor Jesús se colocó en igualdad con el Padre y el Espíritu Santo (Jn 10.30).
¿Por qué es importante que creamos esto? Porque el Señor hizo algo que nunca se había hecho antes: nos permitió ver a Dios de una manera nueva. En Colosenses 1.15, Pablo explica que Cristo es la “imagen del Dios invisible”. Nadie ha visto jamás el rostro del Todopoderoso. En el Antiguo Testamento, algunas personas tuvieron un encuentro con Dios, pero nunca pudieron mirarlo por completo en toda su gloria. De hecho, incluso Moisés, a quien se le llama amigo de Dios (Ex 33.11), no pudo mirar directamente su rostro (Ex 33.18-23).
No obstante, la razón por la que Cristo vino fue para cerrar la brecha entre la gloria de Dios y la naturaleza pecaminosa de la humanidad. En el texto griego original, la palabra traducida como “imagen” está relacionada de manera directa con la palabra ícono, y significa “semejanza, imagen o retrato”. Como el “ícono”, Cristo es la representación exacta, perfecta y encarnada de Dios. Por eso pudo decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14.9).
Biblia en un año: HABACUC 1-3