Jeff Galloway, exatleta olímpico, enseña un entrenamiento para maratones con un componente contradictorio. Maratonistas nuevos y experimentados suelen sorprenderse al saber que defiende una estrategia de «correr/caminar»: alternar ciertos minutos de carrera con períodos cortos de caminata. La premisa es que los breves interludios de caminata permiten que el cuerpo se recupere brevemente, lo que equipa a los corredores para terminar la carrera más rápido que si hubieran corrido los 42 kilómetros sin detenerse.
La importancia de los intervalos de reposo no se limita a las carreras. Dios trata de esto en toda la Biblia. Desde Éxodo, en el Antiguo Testamento, el ritmo del reposo sigue el ejemplo de la obra de Dios en la creación: trabajar seis días y luego guardar «el séptimo día [como] reposo para el Señor» (Éxodo 20:10), porque «en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día» (v. 11).
Para los creyentes en Jesús, no hay una prescripción definitiva sobre la frecuencia del reposo (Romanos 14:5-6; Colosenses 2:16-17), pero, donde o como sea que lo disfrutemos, tiene como propósito la restauración. No necesitamos (ni podemos) correr siempre; confiemos en que Dios suplirá fielmente nuestras necesidades.