Al principio, ignoré la tarjeta que fue ondeando hasta el suelo. El papá y la niña a quienes se les cayó estaban a unos seis metros, y yo llegaba tarde al trabajo. Seguro que se dieron cuenta, me dije. Pero siguieron caminando. Mi conciencia me ganó y fui a levantarla. Era un pase de autobús prepago. Cuando se lo di, su efusivo agradecimiento me dejó inesperadamente satisfecha. ¿Por qué me siento tan bien por hacer algo tan pequeño?, me pregunté.
Resulta ser que el cuerpo humano produce sustancias que mejoran nuestro humor cuando somos amables con otros. ¡Estamos hechos para sentirnos bien cuando hacemos bien! No es extraño porque fuimos creados por un Dios bueno que nos hizo para ser como Él.
Efesios 2:10 nos muestra que bendecir a otros es parte de nuestro propósito vital: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Este versículo no solo nos instruye a hacer bien; en cierto modo, también refleja una parte de nuestra naturaleza hecha por Dios. No tenemos que hacer grandes cosas todo el tiempo. Si diariamente hacemos algo pequeño para ayudar a otros, no solo nos recompensa la satisfacción, sino que también sabemos que agradamos a Dios. Actuamos exactamente como nos hizo para que actuemos.