El acróbata Philippe Petit se hizo famoso en 1971 cuando caminó sobre una cuerda floja entre las torres de la catedral de Notre Dame en París. Tres años después, fue arrestado por caminar sin autorización entre las Torres Gemelas que anteriormente caracterizaban Nueva York. Pero en 1987, la caminata de Petit lució diferente. Como parte del festival de Israel ese año, el alcalde de Jerusalén, Teddy Kollek, invitó a Petit a caminar sobre un cable a través del valle de Hinnom. A mitad de camino, Petit soltó una paloma para simbolizar la belleza de la paz. Extraño y peligroso, pero todo por causa de la paz. Tiempo después, Petit dijo: «Por un instante, toda la multitud olvidó sus diferencias».

Esa caminata me recuerda otro momento asombroso: el cuerpo de Jesús colgado entre el cielo y la tierra. Pablo nos dice: «agradó al Padre […] reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Colosenses 1:19-20). Y agrega que «en otro tiempo [estábamos] alejados de Dios» (v. 21 NVI), pero ya no más. Lejos de ser un espectáculo para promover la paz, Jesús ciertamente hizo la paz al derramar su sangre en la cruz. No hay necesidad de superar su hazaña. Su paz es eterna.

De:  John Blase