Después de un servicio conmemorativo para mi padre a orillas del río, cada miembro de la familia eligió una piedra para ayudar a recordarlo. Su vida había sido una mezcla de victorias y derrotas, pero sabíamos que nos amaba.
En Lucas 19, Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén, mientras las multitudes agitaban ramas de palma y vitoreaban: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!» (v. 38; ver Juan 12:12-13). Los fariseos, con desprecio por lo que consideraban una pretensión blasfema de mesianismo, ordenaron a Jesús que mandara callar a los discípulos. Él respondió: «Si estos callaran, las piedras clamarían» (Lucas 19:40).
Las piedras claman. Dios ha utilizado piedras a lo largo de la historia. Dos piedras llevaban diez mandamientos cincelados para decirnos cómo vivir (Éxodo 34:1). Las piedras del recuerdo apiladas junto al Jordán y en medio del río recordaban a generaciones de israelitas la provisión y fidelidad de Dios (Josué 4:8-9). La que se hizo rodar para contener el cuerpo de Jesús es la misma que mostró que había resucitado (Mateo 27:59-66; Lucas 24:2). Es como si «escucháramos» a esta piedra, porque nos recuerda las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11:25).
Escucha las piedras y alza tu voz junto a ellas en alabanza a nuestro Padre amoroso.
De: Elisa Morgan