Es común ver cruces hoy en día, pero ¿alguna vez se ha tomado un momento para reflexionar en cuanto al amor que ella representa?
La cruz fue, sin duda, uno de los métodos de ejecución más vergonzosos y dolorosos de la historia. La crucifixión comenzaba con soldados flagelando al criminal con tres cuerdas de cuero, cada una con un trozo de hueso o metal incrustado que desgarraba la carne en tiras. Luego, los soldados clavaban un largo clavo en las manos o las muñecas; otro clavo se clavaba en los tobillos. Al levantar la cruz, los verdugos la dejaban caer en un hueco en el suelo. Para poder respirar, el condenado tenía que impulsarse hacia arriba sobre sus tobillos ensangrentados.
El Señor Jesús era plenamente Dios, pero también plenamente humano. Experimentó toda la agonía física de esta brutalidad y también sintió angustia emocional y espiritual. Peor aún, cuando el Salvador tomó nuestro pecado sobre sí mismo, el Padre celestial apartó su rostro de Él, dejando al Hijo completamente solo en su sufrimiento (Mt 27.46; 2 Co 5.21). Sin embargo, Cristo no se veía a sí mismo como una víctima; ofreció su sangre a nuestro favor y consideró esto un gozo (He 12.2). No existe un amor más grande.
Piense en todo lo que el Señor soportó en la cruz y dele gracias por su amor sin límites.
BIBLIA EN UN AÑO: DEUTERONOMIO 18-20