Mientras estaba en un viaje misionero para evangelizar en Perú, un joven me pidió dinero. Por razones de seguridad, habían instruido a mi equipo a no dar dinero, así que, ¿cómo podía ayudarlo? Entonces, recordé la respuesta de los apóstoles Pedro y Juan al paralítico en Hechos 3. Le expliqué que no podía darle dinero, pero que sí podía compartirle la buena noticia del amor de Dios. Cuando dijo que era huérfano, le dije que Dios quería ser su Padre. Eso lo hizo llorar. Lo puse en contacto con un miembro de nuestra iglesia para ver cómo ayudarlo.
A veces, nuestras palabras podrían parecer insuficientes, pero el Espíritu Santo puede darnos poder al hablarles a otros de Jesús.
Cuando Pedro y Juan se encontraron con el hombre en el patio del templo, sabían que la mejor dádiva era hablarle de Cristo. «Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (v. 6). Ese día, el hombre recibió salvación y sanidad. Dios sigue utilizándonos para llevar a los perdidos hacia Él.
Mientras buscamos los regalos perfectos para dar esta Navidad, recordemos que el verdadero regalo es conocer a Jesús y el don de la salvación eterna que Él ofrece. Sigamos buscando ser utilizados por Dios para guiar a otros al Salvador.