Romanos 5.15-17

Pablo escribió y habló extensamente sobre la gracia, el favor de Dios dado a quienes no lo merecen. El apóstol conocía de primera mano la libertad que Cristo da. Se describió a sí mismo como el peor de los pecadores (1 Ti 1.15).

Una vez que aceptamos la muerte de Cristo a nuestro favor, somos reconciliados con Dios y el poder del pecado sobre nosotros se rompe. El Espíritu Santo mora en nosotros, y nos volvemos espiritualmente vivos. Se nos da una nueva familia y un nuevo propósito para vivir. Las Sagradas Escrituras comparan nuestra experiencia de conversión con recibir un trasplante de corazón (Ez 36.26), cambiar de ciudadanía (Fil 3.20), y pasar de las tinieblas al reino de la luz (Col 1.13).

El deseo y la voluntad de nuestro Padre celestial es que nos relacionemos con Él únicamente sobre la base de la gracia (Ef 2.8). Así como necesitábamos confiar en el don de Cristo para la salvación, debemos vivir en dependencia de Él. Es nuestra fe, expresada a través de la obediencia, lo que agrada a Dios (He 11.6).

La gracia es la fuerza más poderosa y transformadora. Dios el Padre ofrece su amor incondicional a quienquiera que reciba a su Hijo. En la salvación, nuestra vida se coloca sobre la Roca inamovible: Jesucristo (1 Co 10.4), cuyo favor se extiende a nosotros.

Biblia en un año: LUCAS 4-5