En un vuelo de cinco horas, una mujer tejía un suéter al croché. Mientras movía sin parar la aguja con el hilo, notó que un bebé observaba fascinado sus movimientos. Entonces, tuvo una idea: en lugar de terminar el suéter, haría un gorro para su pequeño admirador. ¡Lo terminó en solo una hora! Cuando se lo dio a la mamá del niño, toda la familia lo aceptó alegremente, mientras los otros pasajeros sonreían y aplaudían.

Los regalos inesperados suelen recibirse con gozo. Ya sea que se trate de cosas que necesitemos o que simplemente queramos, quienes las dan pueden estar mostrando la bondad de Cristo. En la iglesia primitiva, Tabita era conocida por compartir ropa y por abundar «en buenas obras y en limosnas» (Hechos 9:36). Cuando murió, los receptores de sus bondades mostraron «las túnicas y los vestidos que [ella] hacía» (v. 39), dando testimonio de cómo había impactado sus vidas.

En un giro dramático de los acontecimientos, Pedro, guiado por el poder del Espíritu Santo, hizo que Tabita volviera a vivir (v. 40). Esto llenó de gozo a los que la amaban, y guio a muchos a creer en Cristo (v. 42).

Nuestros actos de bondad pueden ser algunos de los testimonios más memorables que podemos ofrecer. Con la ayuda de Dios, compartamos hoy con otros algunos regalos inesperados.

De: Katara Patton