¿Alguna vez estabas relatando algo y te detuviste porque no podías recordar un nombre o una fecha? A menudo lo atribuimos a la edad, pero estudios recientes ya no apoyan esta idea, sino que indican que la memoria no es un problema sino nuestra capacidad de recuperar esos recuerdos. Si no se realiza algún tipo de ejercicio regular, la memoria se torna más difícil.
Una forma de mejorar esta habilidad de recuperación es programar acciones que traigan a la memoria un determinado recuerdo. Nuestro Creador sabía esto, por eso instruyó a los israelitas a apartar un día por semana para descansar. Además del descanso físico que proporciona esa pausa, nos da oportunidad de entrenar la mente y recordar que «en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay» (Éxodo 20:11). Esto nos ayuda a recordar que hay un Dios y que no somos nosotros.
A veces, el trajín de la vida nos hace olvidar lo que Dios ha hecho por nosotros y por los demás. Olvidamos quién nos cuida de cerca y ha prometido estar con nosotros cuando nos sintamos abrumados y solos. Un receso de nuestras rutinas nos concede ese necesario «ejercicio de recuperación», en el que decidimos detenernos y recordar a nuestro Dios y «no [olvidar] ninguno de sus beneficios» (Salmo 103:2).
De: John Blase