Abrí mi caja de los recuerdos y saqué un pequeño broche del tamaño y forma exactos del pie de un bebé de diez semanas que no había nacido. Acariciando los diez deditos, recordé la pérdida de mi primer embarazo. Me dolía saber que los pies de mi bebé eran tan reales como el corazón que una vez latió en mi vientre. Di gracias a Dios por sacarme de la depresión y usar mi historia para consolar a otros que lamentaban la pérdida de un hijo. Más de dos décadas después, mi esposo y yo llamamos a la bebé Kai, que significa «regocijo». Aunque todavía me duele, puedo ayudar a otros con lo que experimenté.
El escritor del Salmo 107 se regocijaba en el carácter de Dios, y cantó: «Alabad al Señor, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia» (v. 1). Instó a «los redimidos del Señor» a contar su historia (v. 2), a «[dar] gracias al Señor por […] sus maravillas para con los hijos del hombre» (v. 8 RVC). Ofrecía esperanza con la promesa de que Dios solo «sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta» (v. 9).
Nadie puede escapar al dolor o la aflicción; ni siquiera los que han sido redimidos por el sacrificio de Cristo en la cruz. Pero podemos experimentar su misericordia al usar nuestras historias para mostrarles a otros su amor redentor.
De: Xochitl Dixon