Cuando el pastor Timothy lleva su cuello de predicador mientras viaja, desconocidos suelen detenerlo en el aeropuerto y decirle: «Por favor, ore por mí». Hace poco, en un vuelo, una mujer se arrodilló junto a su asiento y le rogó: «¿Es pastor? ¿Podría orar por mí?». Y él lo hizo.

Jeremías explica por qué percibimos que Dios oye las oraciones y responde. A su amado pero pecador pueblo exiliado, el Señor le aseguró: «Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros […], pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis» (29:11). Dios predijo que se volverían a Él: «Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (vv. 12-13).

El profeta aprendió esto y más sobre la oración mientras estaba preso. Dios le aseguró: «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (33:3).

Jesús también nos insta a orar. «Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis», dijo (Mateo 6:8). Por eso, pide, busca y llama en oración (7:7). Cada petición nos acerca más a Aquel que responde. No tenemos que ser extraños para Dios cuando oramos. Él nos conoce y quiere oírnos. Podemos presentarle nuestras preocupaciones ahora mismo.

De:  Patricia Raybon