Irene, una empleada esforzada, siempre hacía bien su trabajo. Pero después de que la acusaran de corrupta, la dejaron cesante mientras la investigaban. Como protesta, tenía ganas de renunciar, pero le aconsejaron que esperara: «Irte sugiere que eres culpable». Entonces, se quedó, orando para que Dios hiciera justicia. Por supuesto, meses después, la absolvieron.

Es probable que Juan Marcos haya sentido lo mismo cuando Pablo lo sacó del equipo misionero. Anteriormente, el joven los había dejado (Hechos 15:37-38), pero quizá se había arrepentido y esperaba que lo volvieran a incorporar. Tal vez sintió que Pablo lo había juzgado injustamente; solo Bernabé creyó en él.

Años después, Pablo cambiaría de idea. «Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio», dijo (2 Timoteo 4:11). Qué alivio habrá sentido Juan Marcos de que su reputación se restaurara.

Cuando somos juzgados injustamente, recordemos que Jesús entiende cómo nos sentimos. Él mismo fue juzgado pecador aunque no lo era, y tratado peor que un delincuente común aunque era el Hijo de Dios. Pero siguió haciendo la voluntad de su Padre, sabiendo que Él sería reivindicado, y su rectitud, demostrada. Si te han juzgado injustamente, no te rindas: Dios lo sabe y obrará a su tiempo.

De: Leslie Koh