Hay catorce mil millones de árboles en Michigan, Estados Unidos, y la mayoría son bastante comunes, pero el estado realiza una competición anual, «Búsqueda del gran árbol», para identificar los más antiguos y grandes, y honrarlos como hitos vivientes. Así, árboles comunes son elevados a otro nivel. Dentro de cualquier bosque puede haber un ganador; solo aguarda ser visto.
A diferencia de la mayoría de las personas, Dios siempre ve lo común y corriente. Se interesa por el qué o el quién que otros pasan por alto. Durante el reinado de Jeroboam, Dios envió a Israel a un hombre común llamado Amós, quien exhortó al pueblo a apartarse del mal y buscar la justicia. Pero lo echaron y le dijeron que se callara: «vete, huye a tierra de Judá […] y profetiza allá» (Amós 7:12). Él respondió: «No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres. Y el Señor me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel» (vv. 14-15).
Dios conocía y veía a Amós cuando era un simple pastor que cuidaba animales y árboles. Cientos de años después, Jesús vio y llamó a los comunes y corrientes Natanael (Juan 1:48) y Zaqueo (Lucas 19:4-5) que estaban junto a higueras. No importa lo invisibles que nos sintamos, Él nos ve, nos ama y nos utiliza para sus propósitos.
De: Karen Pimpo