Luego de la catastrófica derrota del Sur en Gettysburg, en la Guerra Civil Estadounidense, el general Robert E. Lee condujo a sus maltrechas tropas de regreso a su territorio. El río Potomac estaba desbordado por las fuertes lluvias e impedía la retirada. El presidente Abraham Lincoln instó al general George Meade a atacar. Pero los hombres de Meade estaban tan agotados como los de Lee, así que les dio descanso.
Lincoln tomó su pluma y escribió una carta donde expresaba su «inmensa consternación» ante la actitud de Meade. En el sobre aparecen estas palabras manuscritas: «Para el Gen. Meade, nunca firmada ni enviada». Y así fue, jamás la envió.
Mucho antes que Lincoln, otro gran líder captó la importancia de controlar las emociones. El enojo, aunque sea justificado, es una fuerza peligrosamente poderosa. «¿Has visto hombre ligero en sus palabras?» —preguntó el rey Salomón—. «Más esperanza hay del necio que de él» (Proverbios 29:20). Salomón sabía que «el rey con el juicio afirma la tierra» (v. 4), y también entendía que «el necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega» (v. 11).
En definitiva, que no enviara la carta evitó que Lincoln desmoralizara a su mejor general y contribuyó a sanar a la nación. Hacemos bien en aprender de ejemplos de un control sabio.
De: Tim Gustafson