El auto de Andrew se detuvo y los guardias se acercaron. Oró como muchas veces antes: «Dios, cuando estuviste en la tierra, hiciste ver a los ciegos. Ahora, enceguece los ojos que ven». Los guardias revisaron el auto, sin decir nada sobre las Biblias. Andrew cruzó la frontera, llevando su carga a los que no podían tener una Biblia.

Andrew van der Bijl, o Hermano Andrés, descansaba en el poder de Dios para la tarea aparentemente imposible a la que lo había llamado: llevar las Escrituras a países donde el cristianismo era ilegal. «Soy un tipo común —decía—. Lo que hice, cualquiera puede hacerlo». Hoy, su organización, Puertas Abiertas, sirve a los creyentes en Jesús perseguidos en todo el mundo.

Cuando Zorobabel, el gobernador de Judá, enfrentó la aparentemente imposible tarea de reedificar el templo tras el regreso de los judíos del exilio, se desanimó. Pero Dios le recordó no depender del poder humano, sino de su Espíritu (Zacarías 4:6). Lo alentó con una visión de lámparas provistas de aceite por olivos (vv. 2-3). Así como esas lámparas podían arder por la continua provisión de aceite, Zorobabel y los israelitas podrían realizar la tarea dependiendo de la provisión constante del poder de Dios.

Confiemos en Dios, dependamos de Él y hagamos lo que nos llama a hacer.

De: Karen Huang