La soledad se infiltrará en nuestra vida en algún momento. Sin embargo, como creyentes, nunca estamos solos porque Dios nos ha dado un compañero sin igual: el Espíritu Santo.
Ninguno de nosotros puede prometer, sin reservas, estar siempre disponible; las realidades del tiempo, la distancia e incluso la muerte pueden separar a las personas. No obstante, al enviar al Espíritu Santo a vivir en nosotros, Cristo cumple su promesa de nunca desampararnos ni dejarnos (He 13.5).
Los seres humanos no fuimos creados para vivir solos. Dios nos diseñó para ser completos solo cuando el Espíritu Santo viene a morar en nosotros, en el momento de nuestra salvación. Sin embargo, hay quienes eligen ignorar al Espíritu Santo sin darse cuenta. Por ejemplo, cuando tratan de perseverar en la fe con sus propias fuerzas o dejan de leer la Palabra de Dios. Esa clase de persona se caracteriza por estar descontenta: su paz es efímera, y su soledad se sentirá como un residente permanente de su corazón.
El Espíritu Santo es nuestro parakletos, o compañero que “camina a nuestro lado”. Si lo mantenemos lejos, también nos alejamos del Padre. Pero si le pedimos al Espíritu que guíe nuestros pasos y abra nuestra mente a los planes de Dios, Él nos apoyará y alentará de maneras que ni imaginamos.
Biblia en un año: HECHOS 21-22