Natán creció en una familia cristiana, pero en la universidad, empezó a alejarse de su fe de la infancia. «Sin merecerlo, Dios me trajo de regreso a Él», dijo. Al tiempo, dedicó un verano para testificar de Jesús en las calles de una ciudad importante en Estados Unidos, y ahora, está terminando una residencia en ministerio juvenil en su iglesia. Su meta es ayudar a los jóvenes a no desperdiciar su tiempo viviendo lejos de Cristo.
Moisés, el líder israelita, también pensó en la generación siguiente. Como pronto dejaría el liderazgo, entregó al pueblo los buenos mandamientos de Dios y enumeró los resultados de la obediencia o la desobediencia: bendición y vida para la obediencia; maldición y muerte para la desobediencia. Y agregó: «escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; […] porque [Dios] es vida para ti» (Deuteronomio 30:19-20). Los alentó a amar a Dios, «escuchando su voz y siéndole fiel» (v. 20 rva-2015).
Escoger el pecado trae consecuencias. Pero cuando volvemos a entregar nuestra vida a Dios, Él es misericordioso (vv. 2-3) y nos restaurará (v. 4). Esta promesa se cumplió con Israel, pero también lo hizo en la obra suprema de Jesús en la cruz para restaurar nuestra comunión con Dios. Hoy también debemos decidir, y somos libres de escoger la vida.
De: Karen Pimpo