1 Pedro 2.22-25

La culpa puede definirse como ansiedad en nuestro espíritu por un pecado intencional. Podemos rastrear esta emoción hasta el huerto del Edén. Después de que Adán y Eva probaron el fruto prohibido, se sintieron avergonzados de su desnudez y se escondieron (Gn 3.10).

En el antiguo Israel, las personas “pagaban” por sus pecados sacrificando la vida de un animal. Hoy ya no necesitamos una forma tan brutal de liberar nuestra culpa; Dios ha proporcionado una mejor solución. Envió a su Hijo Jesús para abrir un camino para que seamos redimidos y nos relacionemos con Él. Nuestro Salvador hizo expiación por nosotros con su sangre preciosa y resucitó, venciendo la muerte y el pecado.

La verdad es que cada uno de nosotros ha pecado y estaba separado de Dios (Ro 3.23). Sin embargo, podemos liberarnos de la muerte y la culpa al aceptar el regalo de Dios y consagrar nuestra vida a Él. Por supuesto, en nuestro imperfecto estado humano, no estaremos perfectamente libres de pecado. Pero nuestro amoroso Padre celestial seguirá perdonando a sus hijos (Ef 1.7).

El sacrificio de Cristo nos da libertad de la culpa y la muerte, además de la promesa de la eternidad con Dios.

Biblia en un año: LUCAS 20-22