Unos amigos salieron a navegar por el Canal de la Mancha, con la esperanza de que el pronóstico de tormentas cambiara. Pero el viento aumentó y el mar se picó, poniendo en peligro la embarcación. Entonces, pidieron ayuda por radio a la RNLI (Real Institución Nacional de Botes Salvavidas). Después de momentos tensos, vieron a lo lejos a sus rescatadores y supieron, aliviados, que pronto estarían a salvo. Agradecido, mi amigo reflexionó: «Aunque la gente ignore las reglas del mar, la RNLI igual viene al rescate».
Mientras él relataba la historia, pensé en cómo Jesús encabeza la misión de Dios de búsqueda y rescate. Vino a la tierra para convertirse en hombre y vivir como nosotros. Mediante su muerte y resurrección, nos proveyó un plan de rescate cuando nuestro pecado nos separaba de Dios. Pablo enfatiza esta verdad al escribirle a la iglesia en Galacia: «[Jesús] se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo» (Gálatas 1:4). Les recordó acerca del regalo de la vida nueva que habían recibido por la muerte de Jesús, para que honraran a Dios día tras día.
Jesús, nuestro Rescatador, murió voluntariamente para salvarnos de perdernos. En gratitud a eso, podemos compartir la noticia de salvación en nuestra comunidad.
De: Amy Boucher Pye