Mi madre y la Sra. Sánchez, vecinas y buenas amigas, y que por más de diez años nuestras casas se conectaban por el patio trasero, se convirtieron en amistosas rivales. Todos los lunes, competían para ser la primera en colgar al aire libre la ropa recién lavada. «¡Me volvió a ganar!», decía mi madre. Pero a la semana siguiente, mamá sería la ganadora. Y ambas disfrutaban su amistosa competición semanal. Pero, además de eso, compartían su sabiduría, historias y esperanza.
La Biblia habla muy cálidamente sobre la virtud de una amistad así. «En todo tiempo ama el amigo», señaló Salomón (Proverbios 17:17). Y destacó: «el cordial consejo del amigo [alegra] al hombre» (27:9).
Sin duda, nuestro gran Amigo es Jesús. A sus discípulos les enseñó: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Y al día siguiente mismo, hizo eso en la cruz. También les dijo: «os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer» (v. 15). Y agregó: «Esto os mando: Que os améis unos a otros» (v. 17).
Con estas palabras, Jesús «eleva a sus oyentes», como dijo el filósofo Nicholas Wolterstorff; de simples humanos a compañeros y confidentes. En Cristo, aprendemos a ser amigos. ¡Qué Amigo nos ha enseñado tal amor!
De: Patricia Raybon