Cuando le acaricio la panza a nuestra hermosa y peluda gata de bosque de noruego, Mystique, y juego con ella, o cuando se duerme sobre mi falda por las noches, a veces es difícil creer que sea la misma que encontramos hace años. Mystique solía vivir en las calles, con poco peso y miedosa. Pero eso fue cambiando a medida que comencé a ponerle comida todos los días. Finalmente, un día me dejó acariciarla, y el resto es historia.

Su transformación me recuerda la sanidad que puede producirse con paciencia y amor; tal como hace el corazón de Dios que describe Isaías 42. Allí se nos habla de un siervo que vendría lleno del Espíritu de Dios (v. 1) y que trabajaría incansablemente y sin desmayar hasta establecer «en la tierra justicia» (vv. 3-4).

Pero ese Siervo —Jesús (Mateo 12:18-20)— no traería justicia por la fuerza ni con violencia, sino con tranquilidad y amabilidad (Isaías 42:2), ocupándose con paciencia y tiernamente de los desechados: los quebrantados y heridos (v. 3).

Dios nunca abandona a sus hijos. Tiene todo el tiempo del mundo para atender los corazones heridos, hasta que comiencen finalmente a sanar. Mediante su amor paciente y bondadoso, podemos de forma gradual aprender a amar y confiar de nuevo.

De: Monica La Rose