“La muerte al yo” ocurre en el momento de la salvación, cuando somos crucificados con Cristo (Ro 6.6). El viejo yo muere y se nos da una nueva naturaleza cuando el Espíritu Santo viene a vivir en nosotros (Jn 14.17). Sin embargo, a veces toma un poco más de tiempo entregarle al Señor algo que amamos y valoramos.
Una vez que Dios nos da una nueva naturaleza, podemos experimentar la libertad porque Cristo triunfó sobre el pecado. Pero nuestro Padre no se detiene con nuestra salvación; su propósito es conformarnos a la imagen de su Hijo (Ro 8.29). Sin embargo, para vivir como Dios quiere, debemos estar dispuestos a hacer de Cristo nuestra prioridad. Como resultado, el Señor nos llama a la cruz a diario, para que abandonemos lo que pueda distraernos de nuestro propósito de servirle y seguirlo.
No malinterprete lo que esto significa. Dios no necesariamente va a quitarnos lo que tenemos. Por el contrario, dejar nuestros objetos de valor, ya sean posesiones, personas o sueños a los pies de la cruz, nos libera de los apegos de este mundo.
Al renunciar a las cosas de este mundo, nuestra autoestima ya no está ligada a ellas ni nuestro sentido de aceptación viene de las personas, pues estamos “vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ro 6.11).
BIBLIA EN UN AÑO: 1 REYES 8-9