Nuestra casa tiene varios estantes repletos de libros. Tengo debilidad por libros hermosos; en especial, con bonitas tapas duras. Y con los años, he agregado más a la colección. Lamentablemente, no he tenido el tiempo ni la energía para leer todos, así que se mantienen inmaculados, hermosos y… sin leer.

Existe el peligro de que lo mismo suceda con nuestras Biblias. La dificultad de entender las Escrituras antiguas escritas en diferentes culturas puede tentarnos a dejar la Biblia en el estante: hermosa, amada, reverenciada, pero sin ser leída, tal como John Updike comentó sobre libros clásicos de la literatura.

No tiene que ser así. Como hace el escritor del Salmo 119, podemos acudir a Dios y pedirle que abra nuestros ojos para ver las riquezas de las Escrituras (v. 18). Podemos encontrar líderes confiables que nos ayuden a entender lo que leemos (Hechos 8:30). Y los creyentes tenemos el Espíritu Santo que guía nuestros corazones para ver cómo todo apunta a Él (Lucas 24:27; Juan 14:26).

En las Escrituras, Dios puede darnos fortaleza en tiempo de tristeza (Salmo 119:28), protegernos del engaño (v. 29) y ampliar nuestro entendimiento sobre cómo vivir con gozo (vv. 32, 35). La Biblia es un regalo invalorable. Reverenciémosla y leámosla.

De:  Monica La Rose