Una noche, tarde, un santuario de elefantes en Kenia recibió una llamada de que un elefantito se había caído en un pozo. El equipo de rescate llegó mientras gritos de desesperación inundaban la oscuridad, y descubrieron que dos tercios de la trompa de la cría se la habían comido las hienas. Tras llevar al animal a su refugio, lo llamaron Long’uro, que significa «algo que ha sido cortado». Aunque solo tenía un tercio de trompa, se sanó y fue recibido por el resto del rebaño en el santuario. De forma innata, los elefantes saben que se necesitan unos a otros, así que se ayudan mutuamente.
En 1 Corintios 12, Pablo señala nuestra necesidad de ayudarnos unos a otros en el cuerpo de Cristo. Usa la metáfora del cuerpo humano y sus partes para describir cómo desea Dios que su pueblo reciba todos los dones, porque todos son necesarios para que el cuerpo funcione (vv. 12-26). Luego, explica cómo se logra la unidad en la diversidad: «Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros» (vv. 24-25).
Ya sea que seamos débiles o fuertes, sofisticados o comunes, ayudémonos unos a otros. Como los elefantes, las personas también se necesitan mutuamente.