Marcos era un joven pastor prometedor. Una mañana, su hijo murió mientras jugaba a la pelota con él. Quedó devastado y aún lamenta la pérdida, pero su dolor lo hizo un pastor más compasivo. Lo he acompañado en su dolor y he pensado que su prueba ilustra una reflexión de A. W. Tozer: «Es dudoso que Dios pueda bendecir en gran manera a un hombre si antes no lo ha herido profundamente». Temo que sea cierto.
Pero quizá no sea tan simple. El éxodo de Israel nos enseña sobre la complejidad de los caminos de Dios. Sacó de Egipto a la joven nación de una manera fácil, diciendo: «Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y se vuelva a Egipto» (Éxodo 13:17). Pero pocos versículos después, le dijo a Moisés que dieran la vuelta para que Faraón fuera a pelear con su ejército (14:1-4). Faraón mordió el anzuelo, y los israelitas «temieron en gran manera, y clamaron al Señor» (v. 10). Moisés los reprendió: «El Señor peleará por vosotros, […] estaréis tranquilos» (v. 14).
Dios usa caminos fáciles y difíciles para que su pueblo crezca y lo glorifique. Prometió: «seré glorificado en Faraón y en todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy el Señor» (v. 4). Así lo hizo Israel. Así podemos hacerlo nosotros. Cuando la vida es fácil, descansa en Él. Cuando es difícil, deja que Él te lleve.
De: Mike Wittmer