«¿Tu pecado también puso a Jesús en la cruz?». Esto parece estar preguntando el pintor alemán Rembrandt en su obra maestra de 1633, La elevación de la cruz. Jesús aparece en el centro de la pintura mientras su cruz es levantada. Cuatro hombres la levantan, pero uno sobresale en la luz que rodea a Jesús. Su ropa es diferente: al estilo de la época de Rembrandt y con un sombrero que el pintor solía usar. Al mirar más de cerca el rostro, se ve que se incluyó en la pintura, como diciendo: «Mis pecados tuvieron parte en la muerte de Jesús».

Pero hay otro hombre que sobresale: montado en un caballo y mirando hacia afuera del cuadro. Algunos lo consideran otro autorretrato de Rembrandt que pareciera preguntarles a todos los que observan: «¿No estás tú aquí también?».

Pablo se vio a sí mismo allí, tal como podemos hacerlo nosotros, porque Jesús sufrió y murió por nosotros también. En Romanos 5:10, nos describe como «enemigos» de Dios. Pero, aunque nuestros pecados causaron la muerte de Jesús, su muerte nos reconcilia con Él: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (v. 8).

Coincidimos con Rembrandt y Pablo: somos pecadores con necesidad de perdón. Mediante su cruz, Jesús suple nuestra mayor necesidad: un nuevo comienzo con Dios.

De: James Banks